lunes, 7 de septiembre de 2009

DOS

 Y SEPTIEMBRE NUNCA LLEGÓ

Viento. Brisa. Ésa que se agradece en días de calor como hoy, ésa que te golpea en la cara y te alborota el cabello, despeinándote poco a poco. Esa brisa que te hace cosquillas en las sienes y en la cara. Ese aire fresco que eriza tu piel, ése que te hace desaparecer por un instante, el que te hace olvidar y, a la vez, recordar momentos vividos, momentos felices y momentos realmente tristes, horribles... Difíciles de recordar, pero que, aún así, recuerdas. Y te hacen daño. Mucho. Pero ahora es hora de ser feliz, muy feliz... Es tiempo de aprovecharlo todo al máximo, es tiempo de amar. Amar como nunca, a los que están presentes en tu vida y a los que pronto llegarán.

Ahora, en el salón, puede escucharse el ruido de las llaves que giran en la cerradura de la puerta. Katy se levanta de un brinco del sofá y va corriendo a recibirlas.

—¡Ale, por fin estas aquí! —Dice con acento italiano—. ¡Ni te imaginas lo mucho que te hemos echado de menos! Aquí todo es tan aburrido sin ti... Y Allegra no es la misma, ya sabes.
—Anda, Ka no seas exagerada... A lo mejor me habréis extrañado las primeras dos semanas después de irme, tal vez el primer mes... Pero después de ese tiempo, habréis hecho vida normal, me habéis olvidado. Tranquilas, no me molesta, ¡eh! —Y ríen todas juntas, se besan, se abrazan y se cuentan sus mil y una historias, sus mil y dos momentos vividos, cada una por separado, desde el día que Alesha volvió a su casa de Londres.


Las Double Al (así es como se llaman entre ellas) van a su habitación a contarse las cosas que Ka no podía escuchar... Por muy enrollada y liberal que sea una madre, por mucha confianza que haya, siempre hay secretos, siempre hay alguna que otra anécdota que no se puede contar delante de ella. Y mientras se revelan esas pequeñas palabras inconfesables, esos secretos que nadie más podía saber, sólo ellas dos y sus corazones, se arreglan para salir esa noche, para romper Roma con sus tacones transparentes Perspex de aguja de quince centímetros y sus vestidos de noche Vena Cava y Burberry. Maquilladas como babydolls, naturales, sin exceso de base, sombra o brillo de labios, realmente estupendas.

—Oye Al, ¿no crees que me he pasado con el colorete? —Pregunta una, un poco indecisa—.
—No, ¡así estás que te cagas, tía! —Responde la otra, con absoluta sinceridad—.
—Entonces ya estoy lista.
Y cinco minutos después.
—Ya está. ¿A que estoy divine? —dice con su antiguo acento inglés—.


Las chicas se despiden de Katy y se van, contentas, felices. Por fin volvemos a estar juntas, este año será mejor que los anteriores. Viviremos cosas inimaginables, cosas que nunca hubiésemos creído posibles. Esta noche es la primera, pero será inolvidable. Y ese es el último pensamiento de Alesha antes de salir por la puerta de la sobriedad.

Ahora las chicas cogen un taxi para ir a Gilda on the beach en Fregene, una de las discotecas más V.I.P que hay cerca de Roma. El taxista, con cara de salido baboso, les manda todo tipo de indirectas, intentando llamar la atención de las chicas, por si ellas quieren cambiar de ruta e ir a su casa, seguramente vacía. O tal vez con un gato viejo y sarnoso, y fotos de su ex-mujer por todas partes... Pero ellas pasan olímpicamente de él, durante treinta-cuarenta largos minutos, y apenas le dicen el sitio a dónde quieren ir. Llegan, pagan y se bajan del coche. ¡Al fin! Entran en G.O.T.B y ahora es cuando la noche acaba de empezar. La noche es joven, así que, ¡divertíos muñecas!

Después de dos Martini Rosato y cinco Disaronno Amaretto, Allegra estaba un poco alegre, y en ese momento se le acerca un chico que se le hace conocido pero el cual no logra recordar quién es.

—Eh Alle, ¿no piensas presentarme a tú amiguita? —dice él con cara de cachondo consumado—.
—Perdona, pero ¿nos conocemos? —pregunta Allegra confusa—.
—Estás tan pedo que no recuerdas ni tu nombre... Ya que no estás en condiciones de presentarme, lo haré yo —hace ademán de girarse para saludar a Alesha, pero una mano lo abofetea en toda la cara, dejándosela roja—.
—Tal vez no esté en condiciones para recordar tu jodida cara de cerdo integral, pero si lo estoy para meter un par de hostias a maricones como tú. ¡Que te jodan... —duda un segundo y vuelve a dirigirse a él— ...Orlando! —Ahora dirigiéndose a Ale— Larguémonos de aquí, tía. Hay mucho baboso suelto —y mira a Orlando—.
—Adiós imbécil, aunque te hubieses presentado de la mejor manera posible, no me habría liado contigo jamás. ¡No me enrollo con animales! —dice Alesh mientras le hace el corte de manga—.


Salen del local. Lástima, se lo estaban pasando genial, hasta que ese aguafiestas llegó. Encienden un Marlboro Light y se lo fuman a medias, como siempre. Apenas está terminado, aún así lo tiran. Con medio cigarrillo tienen bastante, no son adictas a la nicotina, o al menos Ale. Ésta saca del bolso un paquete de chicles de menta, coge uno, se lo mete en la boca y le ofrece otro a su amiga, ésta lo coge y se lo mete en el bolsillo. Para luego —piensa—. No quiero que mi madre huela mi aliento desde su habitación —pero no sabe que un chicle no le bastará para eliminar todo el olor a tabaco y alcohol ingerido esa noche—.

—Media hora aguantando al mamarracho del taxista, para que ahora venga este otro capullo... No es nuestra noche de suerte, ¡eh!
—Sí, ¡me cago en la puta, hostia!
—Tranquila, tampoco te sulfures —ríen— habrán más discotecas y pubs por aquí cerca, ¿no?
—Hay una a veinte minutos, no es demasiado buena... Bueno, a mi no me gusta. Para eso podemos volver a Roma e ir a Goa en Via Libetta, son quince minutos más, pero creo que vale la pena.
—Como tú veas, yo no conozco esto, tú eres mi guía turística —sonríe, orgullosa de tener una amiga en Roma, una amiga tan molona y guay, y, tras este pensamiento, ríe—.
—Entonces vayamos a Goa.


Esperan, en una esquina, durante quince minutos a un taxi que parece no llegar. Por ahí pasan muchísimos coches y apenas pasan taxis ya ocupados... La mayoría de conductores las confunden con prostitutas y les gritan, se les acercan y preguntan por cuánto se venden. Ellas berrean e insultan, indignadas... Incluso uno se lleva un buen guantazo. Se cambian de sitio, se alejan de esa esquina, pero nada, no funciona, siguen pasando coches con personas dentro que las confunden con señoritas de compañía. Tal vez sea por sus vestidos demasiado cortos. No. Imposible. Una prostituta no podría permitirse un vestido como los nuestros, tampoco iría maquillada así, tan discreta...
Por fin llega el taxi. Joder, no. No puede ser, otra vez no. Y así es, sentado en el asiento del conductor, está el taxista baboso que las llevó hasta allí. ¿Ha sido coincidencia o este tío nos sigue? —dice Alesh para sí— tiene que ser pura coincidencia.


—Hola preciosas, ¿a dónde queréis que os lleve esta vez?
—A tu casa, seguro que no —dice Allegra por lo bajini—.
—¿Perdona, que has dicho, preciosa? —pregunta el conductor, que en verdad no le ha oído—.
—Que si nos puede llevar a... —dice Al dudosa— ...Goa.
—En Via Libetta —añade la otra—.
—La disco ésa tan chula que ahora está de moda, ¿no? —pregunta, intentando parecer más joven, intentando parecer molón y enrollado. Cosa que no conseguiría ni aprendiéndose todas las jergas juveniles habidas y por haber—.
—Sí —responden las dos al unísono, secas—.
—¡Pues allá vamos! —y arranca el coche de una vez, menos mal—.


Otros treinta-cuarenta minutos larguísimos, aunque esta vez no tanto como antes, parece ser que esta vez el anormal del taxista ha hecho algo bueno para la humanidad: ha cogido un atajo. Ya estamos llegando. En este viaje ha estado más callado. Menos mal, parece ser que ahora la suerte está un poco más de nuestra parte.

1 comentario:

  1. me encantaaaaaaaaaaaaa!
    estoy enganchadaaaaaaaaaaaaa!
    jaja
    tekierogene(L)

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