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Y SEPTIEMBRE NUNCA LLEGÓ.
Calor. Mucho calor. Finales de junio, se acerca el verano. Últimos exámenes. Exámenes globales para algunos, selectividad para otros... Miedo. Sobretodo para los que dejan todo para último momento. Miedo por no poder disfrutar al máximo de los próximos tres meses de libertad y olvidarse de tocar un solo libro. Felicidad, para aquellos que ya saben con certeza que van a aprobarlo todo. Por fin. Se acerca el final de las clases, el comienzo de las vacaciones más esperadas del año. Terminan algunas relaciones que ya han durado bastante, y empiezan otras que aún no han tenido la oportunidad de saber si puede llegar a funcionar.
Y allí está Alesha, en el asiento 3C de un avión con destino a Roma, aburrida, leyendo su libro favorito La princesa que creía en los cuentos de hadas y escuchando las canciones de Zero Assoluto en su nuevo ipod fucsia. Impaciente, nerviosa, feliz. Así se siente, está a punto de volver a ver a su mejor amiga, Allegra, a la que hace más de un año que no ve.
Allegra había marchado a Roma hacía ya 5 años, nada más cumplir los 13. Su madre se enamoró perdidamente de un italiano, Fabbio, que al año y medio las abandonó sin dar señales, ni motivos. Pero a pesar de todo, Katy, la madre de Alle, decidió seguir viviendo allí, ya que había conseguido un buen puesto de trabajo y un buen ático en donde poder vivir felizmente, y sin problemas, con su hija.
El avión pasa por una zona de turbulencias y el chico que esta sentado al lado de Alesha, bastante guapo, por cierto, empieza a hacer muecas de lo más raras, tiene miedo, y, sin querer, se agarra a la mano de ella. Ale se muerde el labio, intentando aguantarse la risa... No hay nada que le haga más gracia que ver a alguien asustado en un avión. Tal vez sea porque está acostumbrada a viajar desde pequeña y adora viajar, no le tiene miedo al avión, no le tiene miedo a la muerte.
–Upps, lo siento –Dice el chico, un poco sonrojado–.
Ella apaga el ipod, deja de leer, dobla la punta de la página por la que va y cierra el libro.
–¿Tienes miedo? –Pregunta Ale divertida–.
–No, sólo que cuando se mueve el avión me entra un hormigueo en el estómago... –intenta fingir el chico– lo siento por haberte cogido de la mano.
–Jajaja, –ríe– no te preocupes, chico. Aquí tienes mi mano y mi brazo para todo lo que tu quieras, para que te agarres a ellos todas las veces que te entre miedo... Quiero decir, ansiedad. Jajaja.
–Que no tengo miedo –dice el chico avergonzado–, sólo que tengo ese cosquilleo en el estómago, como cuando estás en una montaña rusa.
–Vale, vale... –dice ella con tono burlesco– Me llamo Alesha, pero tú ya puedes llamarme Ale. No todos los chicos se me lanzan y me cogen de la mano nada más conocerme, me gusta tu forma de ligar, chico.
–Mira tú por dónde, yo me llamo Alessandro. Mis amigos me llaman Alex, tú también puedes llamarme Alex, no todas las chicas son tan divertidas y valientes como tú.
–¿Valiente porque no me entra ansiedad cuando hay turbulencias? – Vuelve a reír–. Eres realmente gracioso y simpático.
–No sé si tomármelo como un cumplido, pero bueno... Gracias.
–No hay de qué, cielo. ¿De dónde eres, vas a Roma de vacaciones?
–Bueno, podría decirse así. Soy italiano, pero marché a Londres porque me dieron una beca. Allí se vive realmente bien, alejado de todo. De la gente que te quiere, la que te quiso, la que siempre ha estado a tu lado, la que te ha fallado más de una vez, la que te ha hecho daño... Todo es mejor así cuando estás mal, es mejor estar alejado del mundo, es mejor meterte en tu propia burbuja, ¿sabes? Aunque luego a la hora de volver a Roma y tener que verlos a todos, vaya a dolerte mucho. He decidido volver para ver a mi familia, en especial a mis hermanas y a mi madre... Lo siento por ser tan pesado y contarte de repente mi vida, sin que nos conozcamos ni nada. Y bueno, tú... ¿vas de vacaciones, vuelves de ellas, vienes para quedarte o como yo?
–Voy de vacaciones, pero quién sabe... A lo mejor me acaba encantando todo por allá, me enamoro de algún italiano y me quedo allí, con él y con mi mejor amiga.
–¿Con tu mejor amiga?
–Sí, ella vive allí, voy a verla. Hace más de un año y medio que no la veo. Su madre y ella se mudaron hace ya bastante, y desde entonces sólo nos vemos en verano.
–¿Siempre vas tú a verla o ella también va a verte a ti?
–Voy yo siempre a verla, su madre no le deja viajar. Ella también tiene ataques de ansiedad nada más pensar en un avión. Jajaja.
–Vale, le tengo pánico al avión. No a todo el mundo le gusta morir. Lo siento, es que de pequeño me traumaticé por culpa del marido de mi tía. Y joder, he visto tantas jodidas películas.
–Yo tengo mi opinión: si tienes que morirte, morirás en cualquier sitio; en la playa, en la piscina, en la bañera, en una discoteca, en un coche, en un barco. Tal vez no te mueras porque explote, puede ser porque te de un paro cardíaco, pero cuando ese día llegue, llegará. Estés donde estés. Por eso yo vivo mi vida al máximo y no me privo de nada. Si me apetece viajar, viajo. Y ya que sea lo que Dios quiera.
–¿Has visto Destino Final, no? Jajaja. Me gustaría ser como tú, pensar como tú. Pero no puedo. Lástima. Y cambiando de tema. ¿Hasta cuándo estarás por aquí?
–No tengo fecha, hasta cuando me aburra. Tal vez no me aburra nunca, entonces será hasta que alguien me eche de Italia. –Vuelve a reírse. En ese momento no hay nadie a su alrededor. Sólo él y ella. Vaya, ese chico le cae realmente bien, es bastante guapo, y simpático, y divertido–. Y tú, ¿hasta cuándo te quedas?
Y en ese momento se oye la voz de una azafata anunciando que están a punto de aterrizar en el Aeropuerto de Roma-Fuimicino y, recordando a aquellos que suelen desabrocharse el cinturón de seguridad, que deben volver a abrochárselo.
–No se si volveré a Londres, ya he acabado la universidad. No sé que haré con mi vida. Tal vez vaya a España o a Estados Unidos... Quién sabe.
–Vaya. Aquí tienes mi número de móvil, –dice esto mientras le entrega un papelito con su nombre y número de móvil– me has caído realmente bien, a ver si un día me llamas y quedamos donde tú quieras. Ya que tú conoces todo esto mejor que yo. –y señala la ventanilla, por la que ahora se puede ver roma en miniatura. Un montón de luces de casas y locales encendidas– Espero que me llames, así intentaré quitarte el miedo a según qué cosas.
–Para quitarme el miedo a volar, tendríamos que irnos de viaje juntos, otra vez, ¿no?
–Tal vez no me refería sólo a eso... –Dice con picardía–.
Ahora el avión aterriza y muchos pasajeros aplauden felices por haber llegado sanos y salvos. Alesha le da a Alex un beso rápido en los labios.
–¿Lo ves? Hemos llegado genial, un poco de turbulencias, pero nada. ¿Qué hay mejor que un avión? Creo que después de este viajecito te gustará mucho más volar en avión.
Y ella no sabe cuánta razón tiene de ello.
Aterrizan, van a coger las maletas y se despiden. Esta vez el chico está confuso, no sabe que hacer, pero al final opta por besarla. La besa, le da un beso largo, no muy apasionado, ella le sigue el beso y se despide.
–¡Adiós, espero tu llamada!
–¡Y yo que me lo cojas, adiós! –y le manda un beso volado–.
Sale del aeropuerto, y allí esta ella, su mejor amiga, su hermana (aunque no sean de sangre se quieren como tal... Discuten, se reconcilian, se lo cuentan todo, sus penas, alegrías, amores, romances, rollos de verano...), la persona en la que más confía, a la que más cosas cuenta, a la que llama todos los días. La persona por la que las facturas de teléfono salen carísimas, la persona por la que daría su vida y más. Allegra. Hace más de media hora que la espera fuera, apoyada en su nuevo volkswagen azul grisáceo, pero no le importa. Allegra también daría todo por Alesha, para ella media hora de su tiempo no es nada, y más sabiendo que lo van a recuperar esa misma noche y todo el tiempo que estén juntas.